martes, 6 de octubre de 2009

LORCA A MERCEDES EN SU VUELO

En la tristeza húmeda
el viento dijo:
-Yo soy todo de estrellas derretidas,
sangre del infinito.
Con mi roce descubro los colores
de los fondos dormidos.
Voy herido de místicas miradas,
yo llevo los suspiros
en burbujas de sangre invisibles
hacia el sereno triunfo
del Amor inmortal lleno de noche.
Me conocen los niños,
y me cuajo en tristezas.
Sobre cuentos de reinas y castillos
soy copa de luz. Soy incensario
de cantos desprendidos
que cayeron envueltos en azules
transparencias del ritmo.
En mi alma perdiéronse solemnes
carne y alma de Cristo,
y finjo la tristeza de la tarde
melancólico y frío.
Soy la eterna armonía de la Tierra,
el bosque innumerable. Ritmo de otoño. Lorca

Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura. Pequeño vals vienés. Lorca

El duende de que hablo, oscuro y estremecido, es descendiente de aquel
alegrísimo demonio de Sócrates, mármol y sal que lo arañó indignado el día
en que tomó la cicuta, y del otro melancólico demonillo de Descartes,
pequeño como almendra verde, que, harto de círculos y líneas, salió por
los canales para oír cantar a los marineros borrachos. Teoría y juego del duende. Lorca

Que nosotros aquí de noche y día
haremos con la espina de la pena
una guirnalda de melancolía. A MERCEDES EN SU VUELO. Lorca

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