martes, 6 de octubre de 2009

falsa carta suicida VINCENT VAN GOGH

Falsa Carta Suicida de Van Gogh.
4, 30 de 2005-08-30 de 2005
Dedicado a Vincent
en la estrella que se encuentre.





Sucede a veces que un regalo esperado o una cita anhelada nos defrauda, resulta no ser lo que debía ser, lo que suponíamos que sería. En tal caso no es mucho lo que se puede hacer, quizá pasar la cosa por alto y apañarse con lo que hay o, por el contrario, no aceptar de plano y dar la espalda definitiva a la malograda cuestión. No obstante, "el gusano queda" y algunos que otros nos entregamos a la costumbre impropia, inconfesable en algunos casos, de obstinarnos terca e inútilmente en la tarea de fantasear repetidamente con el orden de cosas que debió haber sido. Eso me pasa con la carta de Van Gogh.

Resulta ser que el "campesino holandés" efectivamente llevaba una carta encima el 29 de julio de 1890, último día de su dolorosa vida, la había escrito el 23 y estaba dirigida a su hermano Théo. Sin embargo, no es aquella una carta suicida y más bien se inscribe dentro de la normalidad de la correspondencia que ambos sostuvieron. ¿Por qué no escribió una carta final el hombre que tras la menor crisis siempre escribió una carta? ¿Qué pasó entre el 23, día en que escribe su última carta oficial, y el 27, día en que se regala un balazo de efecto retardado que sólo hasta el 29 termina con su vida? ¿Cuál fue la crisis, el detonante? Todas esas respuestas las tiene el dueño del Girasol pero se las llevó consigo a la tumba.

Yo no puedo pensar que tal carta no hubiese existido y me niego a aceptar la del 23 como la última, prefiero pensar que Théo, su más probable destinatario, la encontró, la leyó y la destruyó. ¿Por qué no? En 1890 un suicida no era muy bien visto y sin una carta que demostrara lo contrario era bastante fácil achacar la propia agresión de Vincent a uno de esos ataques de locura que solían darle hacia el final de su vida. De esta manera Théo pretendería salvar a su desorejado y desgraciado hermano de este último deshonor, de este nuevo acto subversivo. ¡Bah! Especulaciones mías sin ningún asidero, palabras y más palabras que, salvo a mí, ya no importa si son acertadas o desacertadas.

Como sea, me he decidido entonces a componer una carta falsa. ¡Ojo componer, que no escribir! Tan sólo resulta falsa su existencia en el corpus de las cartas escritas por Vincent, pero su contenido es tomado de manera literal, aunque claro ecléctica, del cuerpo de ideas que Van Gog presenta en sus Cartas a Théo. Yo me he limitado pues a entresacar pasajes de otras cartas y ordenarlos aquí de manera tal que conformen una que prefiero imaginar como la última carta del amado pintor, nada he agregado y menos aún ideas mías. He sido muy cuidadoso en no hacer decir a estas palabras nada que Van Gogh no hubiera dicho ya.

Sin más introducción he aquí la carta:

27 de Julio de 1890

Mi querido Théo:

No hay que juzgar a Dios por este mundo, es un estudio suyo que le salió mal.

En los estudios fracasados, cuando se ama al artista, no se critica mucho y mejor se calla. No obstante, se tiene el derecho de exigir algo mejor ya que es de esperar que la misma mano creadora tome su desquite. Entonces, esta vida, criticada por buenas y hasta excelentes razones, hay que tomarla como lo que es y guardar la esperanza de ver algo mejor que esto en la otra vida.

Lo mejor es, quizá, ridiculizar nuestras pequeñas miserias y también, un poco, las grandes de la vida humana. Yo solamente quisiera que se nos pudiera probar algo tranquilizante y que nos consolara de manera que cesáramos de sentirnos culpables o desgraciados y que así pudiéramos marchar sin extraviarnos en la soledad o en la nada y sin tener que calcular, a cada paso, el mal que sin querer podríamos ocasionar a los demás. Yo quisiera poder llegar a esa seguridad que te vuelve feliz, alegre y vivaz en toda ocasión.

¡Ah!... ¡Si todos los artistas tuvieran con qué vivir, con qué trabajar!... Pero no es así. Mi único deseo, mi única preocupación en cuestión de dinero o finanzas es suprimir las deudas. No obstante, querido hermano, mi deuda es tan grande que cuando la haya pagado, el mal de producir cuadros me habrá robado la vida y me parecerá no haber vivido. Yo siento hasta el extremo de quedar moralmente aplastado y físicamente aniquilado, la necesidad de producir, precisamente porque en resumen no tengo otro medio de llegar a compensar nuestros gastos y no puedo hacer nada ante el hecho de que mis cuadros no se vendan. Me apena tanto que la pintura sea como una mala amante, que gasta siempre y jamás es bastante.

Ya vez, de cuando en cuando en la vida uno se siente desconcertado. Yo siento pasar el anhelo de casamiento y de niños y en ciertos momentos estoy bastante melancólico de estar como estoy a los 37 años, cuando debería sentir completamente distinto. Algunas veces se lo reprocho a esta sucia pintura. Richepin dijo alguna vez: "El amor al arte hace perder el amor verdadero." No sé, quizá me tomo todas estas cosas demasiado a pecho y siento tal vez demasiada tristeza.
Sin embargo, si yo pensara, si yo reflexionara en las posibilidades desastrosas no podría hacer nada. Me arrojo entonces con la cabeza perdida en el trabajo y si en el interior la tempestad retumba demasiado fuerte me bebo un vaso de más para aturdirme. Como vez trabajo por necesidad, por no sufrir tanto moralmente, para distraerme. Pero no hay caso. Nosotros, los artistas, en la sociedad actual, no somos más que cántaros quebrados.

¡Qué miseria… y todo, por así decir, por nada!

Yo renunció a seguir y me detengo silenciosamente como un signo final de interrogación. Hubiera preferido morir a causar y sufrir tantas molestias.

¿Si tomamos el tren para irnos a Tarascón o a Ruan, tomamos la muerte para irnos a una estrella?

No me parece imposible que el cólera, el mal de piedra, la tisis, el cáncer, sean medios de locomoción celeste, como los barcos a vapor, los ómnibus y el ferrocarril, lo son terrestres.

Morir tranquilamente de vejez sería ir a pie.

Adiós.

Todo tuyo,

VINCENT.

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